Mis primeras palabras en este artículo, no pueden ser sino palabras de agradecimiento y gratitud a esta magnífica comunidad de monjas cistercienses, por su cercanía, su vivencia en la oración, y su búsqueda de Dios.
También mi agradecimiento a todas las personas que me han acompañado y compartido sus experiencias de vida en la hospedería del monasterio, esas aportaciones personales que te ayudan en los momentos más complicados de tu vida.
La gratitud es una cualidad humana, es un valor indispensable en nuestra vida, pero no todos podemos entender este agradecimiento de la misma manera, depende de las circunstancias personales y profesionales de cada persona, y de sus valores.
Vivimos en una sociedad en la que creemos que el dinero es el reconocimiento más efectivo., necesitamos conectar con el agradecimiento, para alcanzar una felicidad interior.
Por ello creo que es necesario apostar por la continuidad, manteniendo lo fundamental, las mismas inquietudes con un bien común, donde cada uno es conocedor de su realidad, para mejorar la sociedad, ya que si uno mejora poniendo su granito de arena esta sociedad mejoraría.
Personalmente, tengo mucho que agradecer a esta comunidad Cisterciense.
Hace más de 10 años que llegué por primera vez a este monasterio. Llegué en un momento de mi vida bastante caótico, era joven sin un sentido de vida, sin valores sólidos, y con problemas que no sabía relativizar.
Esos problemas que te bloquean y no sabes cómo resolverlos, creyendo que nunca vas encontrar la solución adecuada.
Me equivocaba, era la hora de completas, desde mi ignorancia tengo que confesar que cuando llegué al monasterio, no sabía nada de liturgia ni de oración, y eso que he sido monitora de confirmación.
Para mí, la hora de completas fue el inicio de mi vida, aunque litúrgicamente es la última oración del día, que paradoja.
Llegué a completas diciendo, ufff…, donde me he metido, me he equivocado de sitio…., todo lo que se te pueda ocurrir, lo pensé.
Pero, cuando empezó la Salve Cisterciense, algo pasó en mi interior, no encuentro las palabras para expresar lo que sentí, fue como si el tiempo se detuviera, una paz me envolvió, fue como si los problemas de repente no tuvieran importancia.
Noté cómo las lágrimas recorrían mi rostro, sin saber por qué, una paz interior me empezó a envolver, dándome cuenta de lo egoísta que había sido, porque una mirada, una palabra amable, un gesto, es un pequeño detalle que nace del alma, y cuando el alma no se encuentra en paz, estas acciones no salen de forma natural.
La reconciliación conmigo misma, me conectó con el perdón y el agradecimiento.
Desde ese momento empecé a crecer como persona, me di cuenta que solo vivimos una vez, que mejor forma de vivirla, siendo feliz y haciendo feliz a la gente mi alrededor.
Sé feliz, esa felicidad se contagia a la gente que tienes alrededor.
Begoña Camarasa Codina
Licenciada en Ciencias Químicas