“Gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios”.
Así comenta san Bernardo la Navidad. Fue una gran prueba de la bondad y el amor de Dios el haberse preocupado de añadir Dios a los hombres; nuestra humanidad que se gloría de haber tenido tan grandes hijos, puede decir también que Dios se ha hecho uno de nosotros. Muchos nombres famosos pueblan nuestros libros y nuestros recuerdos, pero ningún nombre es comparable al bendito nombre de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios. Como dice san Bernardo: “se ha añadido a la humanidad el nombre de Dios”.
Los textos de la liturgia del día de Navidad, sobre todo el impresionante prólogo del evangelio de Juan nos expresan la grandeza que se encierra en el Misterio de la Navidad.
“En el principio existía la Palabra”, así comienza el evangelio de Juan. También la Biblia comienza con una afirmación similar: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”. Los estudiosos de la Biblia insisten, siempre, en que la primera experiencia religiosa de los judíos fue la de Yahvé liberador y que, sólo más tarde, empiezan a hablar de su Dios como creador. Algo similar acontece a los que conocieron a Jesús: primero le afirman como salvador, como Señor. Es, en una segunda reflexión, recogida sobre todo en algunos himnos cristológicos de san Pablo y por el prólogo del evangelio de Juan, cuando la fe cristiana empieza a hablar de Jesús como la Palabra que estaba junto a Dios y era Dios. Uniendo este prólogo con el inicio del Génesis, podemos decir: “En el principio, por medio de la Palabra, creó Dios el cielo y la tierra”.
Existen múltiples modos de minimizar la Navidad cristiana. Y no es el único el quedarnos en esa Navidad neopagana del consumo y el despilfarro. Es también minimizarla convertirla meramente en una entrañable fiesta familiar en la que damos salida a los buenos sentimientos que todos llevamos dentro. Asimismo, se minimiza la Navidad cristiana al dejarnos arrastrar sólo por nostalgias infantiles, quedándonos en la belleza y el lirismo de esos bellos símbolos asociados a estos días: los villancicos, las figuras de nuestros nacimientos…
Ahora bien, celebrar la Navidad es afirmar que el gran Dios, al que el hombre ha buscado desde que comenzó a serlo, sobre el que han especulado tantos filósofos que han intentado explicar los enigmas del universo y del hombre, se ha hecho carne y ha plantado su tienda de campaña entre las tiendas de campaña de los hombres.
Celebrar la navidad es afirmar que el gran Dios creador, al que no se puede soslayar, al menos como pregunta, se ha hecho un niño como nuestros niños, ha nacido llorando como nuestros niños, ha sido envuelto en pañales como nuestros niños… Esto es lo que celebramos en la Navidad.
Celebrar la Navidad es afirmar que la Palabra que estaba junto a Dios y era Dios, por la que todo se hizo y sin que exista nada que no haya sido hecho en ella, se ha hecho hombre; que la plenitud de luz y de vida de la Palabra ha desbordado sobre nuestra tiniebla y nuestra muerte. O, como afirma el comienzo de la Carta a los Hebreos : “el Dios que se había manifestado en distintas ocasiones y de muchas maneras a los hombres, “ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. Esto es celebrar la Navidad.
Todos nuestros intentos por balbucear el misterio impenetrable de Dios deben arrancar desde ese Niño. Así comprendemos, como decía Zacarías, padre del Bautista, que “la entrañable misericordia de nuestro Dios” nos ha visitado, luz que ilumina nuestra tiniebla, vida que da aliento a nuestras muertes. Esto es celebrar la Navidad
Y la Navidad es también el reflejo del Misterio del hombre. “En el anuncio de que `Dios se ha hecho hombre´ se concentra el abismo de Misterio del Dios impenetrable y, al mismo tiempo, los hombres nos sentimos referidos a los otros hombres como el lugar de manifestación al que Dios desciende como amor. Por eso, creo en Dios y en el hombre. Sólo porque creo en Dios, puedo creer también en el hombre, ya que el hombre, sin la fe en Dios, es decir considerado en su mera humanidad, se ha hecho en nuestros días muy poco digno de crédito” (Gertrud von le Fort).. Porque es verdad que todos sentimos muchas veces, en nosotros mismos o en los otros, lo “poco digno de crédito que es el hombre”: miserias, injusticias y violencias.
Hoy, porque celebramos la Navidad, los cristianos tenemos que proclamar la dignidad y el inmenso valor de todo hombre. Para Dios, el hombre es tan importante, que Él mismo se ha hecho hombre. Para Dios, la historia de los hombres es tan importante que Él ha formado parte de lo mejor de nuestra historia. Para Dios la condición humana es tan sublime que ha sido posible que esa Palabra, que existía desde el principio y en la que todo ha sido creado, se encarnase en el hombre.
No es sólo que el nombre de Dios se haya añadido a los grandes nombres de nuestra historia; es el mismo hombre, todo hombre, el que queda engrandecido, porque la condición humana ha sido capaz de albergar al mismo Dios. Esto es lo que celebramos en la Navidad.
Porque es Navidad tenemos que decir que para Dios cada hombre posee dignidad cuasi infinita… Porque hoy es Navidad tenemos hoy también que sentir la dureza y la injusticia de nuestro mundo. Porque hoy es Navidad debemos preguntarnos qué hacemos por defender y proteger la dignidad del hombre, de todo hombre, de todos los hombres…
Jesús Yusta Sainz
Profesor facultad de Teología